Intento dormir. Ya son dos días en los que se asoman a mi duermevela rostros. ¿Por qué sujetó la maldita moto? Fausto Gresini ya lo sabe bien. Daijiro Kato se le fue hace ocho años. Aquel puto 6 de abril. Uncini llora. Él tuvo otra suerte. Giro a mi alrededor. Fumo, arrasado. Es un campo de batalla. Hay silencio. Un silencio devastador. El folio lleva unas cuantas horas en blanco. Como mi cabeza. Fumo. Veo a Dani Pedrosa, desencajado. Giampiero Sacchi está desolado. A él, que descubrió a tantos (Capirossi, Rossi, Biaggi, Poggiali) se le marchó el último, el más joven de todos.
No sé cuándo fue la última vez que lo vi sonreír. ¡Complimenti Marco! Le dije en Phillip Island. Le toqué la pierna. Su segundo podio. Dai. Él me sujetó la cabeza. La gorra de Bridgestone no podía recogerle el cabello. Era Sansón. “Siempre me pareció invulnerable”. Dovizioso lo odiaba, lo amaba. “El demonio existe”, exclama Gigi Soldano en la sala de prensa. La matrícula del coche que recogió su moto: SIC 2. También el ángel. Gazzetta dello Sport. Aquel reportaje de revista medio diablo, medio santo. “Era un niño mayor”. Enrico Borghi dice que lo deja. Él escribió la biografía de Valentino. También la defunción de otro amigo.
Mugello. Mi primera entrevista. Hace ya siete años. Tenía el pelo ralo. Valentino no quiere salir del box. Si pudiera volatilizarme… Fumo. Miro a su padre. Carlo Pernat zozobra. Paolo consuela a todos. El tiempo en el paddock se ha detenido. Es un jardín de estatuas. El silencio es ensordecedor, insoportable. Barberá lo vio todo. “Que nos sea nada, que no sea nada”, intentó calmarse bajo el casco. El garaje de Gresini es un velatorio. Shoya Tomizawa quiere acompañarlo, de algún modo. Su equipo es el primero en desfilar marcialmente para condoler. Yo lo recuerdo comiendo, a nuestro lado, junto a Emilio, Uri, Germán… Y su saludo cariñoso, como era costumbre.
Fumo. Las gafas chorrean. Se está secando el paddock de lágrimas. Valencia será un gran funeral. Apuesto a que Vale no corre. Nadie quiere ir a Cheste. Aquellos 45 minutos… Marco duerme. La pesadilla es nuestra. Italia está conmocionada. Aquellas comidas en casa Aprilia. Siempre tan galante, tan educado. Las manos largas, el corazón sobre ellas. Sicilia. Se cubre el cielo. Dijeron que amaneció Sepang con un ramo de flores. Lloro. No puedo parar. Fue un 23 de octubre. La muchedumbre se abre. Paolo Simoncelli camina recio, sosteniendo la tristeza de todo el paddock. Massimo Angeletti, de la RAI se desarma. Su enorme estatura mengua. A mi alrededor todo se descompone.
Quiero llegar a casa. Quiero dormir. Creo que Rossi se retira. Todo el mundo lo haría. No sería flaqueza, sino sensibilidad. En Cheste habrá pegatinas, camisetas. Del 74 al 48. Del 48 al 58. Malas cábalas. Dicen que Gresini no pondrá sus motos en pista. Tenía 24 años, sólo un niño. ‘A True competitor’ fue la esquela de algunos equipos. Piloto enorme. Valiente, controvertido, carismático. El Mundial pierde alma. No sufrió. Apenas falta una hora para llegar. Sigo sin ver a Marco por las alturas. Quizás reposa ya en su tierra. Cuánto dolor. Tengo impregnado aún ese silencio. Qué huérfanos. La vida a veces tiene estas virulentas reacciones alérgicas. No hay antídoto. Marco era un niño de dimensiones humanas enormes, con el cabello alborotado. Era un niño grande. Falta una hora para aterrizar. Lo veo caminar, desgarbado. Sonríe y saluda, como siempre. Quisiera fumar. El motociclismo está roto. Como en Misano. Pippo se ha ido. Aquella jodida imagen no me deja vivir en paz. “Ciao Sic”. No es un hola es un hasta siempre. No te lo pude decir el domingo…
Texto: Alberto Gómez
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